viernes, 24 de octubre de 2014

Notas sobre la historia de la central de Seira (12). Pilar Jiménez González, una gran mujer.


Martes, 1 de enero de 1918. Comienza el año y nadie, ni en sus mejores sueños, puede imaginar el sinnúmero de eventos -unos buenos y otros no tanto- que va a deparar este año que ahora comienza. La Gran Guerra continúa y los infernales combates siguen dejando un largo reguero de cadáveres. Un día avanzan unos y el siguiente los contrarios recuperan el terreno perdido. El presidente de los Estados Unidos  presenta “catorce puntos para la paz” y su colaboración probablemente, por lo que cuentan los periódicos, será decisiva.


Las obras de la Central de Seira están en su parte más delicada, los ingenieros de Escher Wyss y de Oerlikon ya han llegado, y tienen la tarea de poner en funcionamiento las turbinas y los alternadores. El polvo de las obras de fábrica todavía flota en el aire y grandes cajas con sus rótulos en alemán comienzan a llenar la sala de un multicolor puzzle. El verano no está resultando especialmente festivo para los trabajadores y los turnos se suceden. La sala de máquinas es un continuo tránsito de personas y materiales. En julio han comenzado las pruebas y en agosto -por fin- se sincroniza la máquina número 1 de la central de Seira. El martes uno de agosto, a las 12 y dieciséis minutos, comienza a producir energía la central y mediante la línea eléctrica, recién terminada, parte rumbo a Barcelona.

Tras este importante hito comienza la obra de la central de Puente Argoné, aguas abajo de Seira, para poder seguir aprovechando las aguas del río Ésera en un nuevo salto. Las obras de éste se alargarán todo el año 1919.

La familia Jiménez-González en la comunión de su hijo José. Pilar recordaba: Se hicieron para la comida “doce docenas de huevos hilados”(sic).  En la fila superior (de izq. a der.): Federico Jiménez del Yerro, ?, Federico Jiménez Fernández, Carmen González Fernández, ?, ?, ?, ?,  Josefina Jiménez del Yerro, Josefa del Yerro [y Yerro ?], ?, ?, Venancia. En la fila inferior: ?, José Jiménez González, ?, Lolita Jiménez González, Carmen Jiménez González, ?. Seira ca. 1915.  Colección familia Jiménez-Mateos.

Federico Jiménez del Yerro, ingeniero de Caminos que dirige la obra, hace tiempo que ha realizado los trámites para volver al servicio del Estado. Las obras han tenido demasiados altibajos y ahora su trabajo aquí no tiene demasiado futuro. Con Carmen –su esposa- ha hablado para bajar a Monzón e intentar conseguir un puesto en las oficinas del Canal. Federico cierra sus ojos y sueña con el día que pueda volver a su Madrid natal -al Ministerio-, aunque lo ve lejano.  Sus hijos José, Lolita y Carmen, ya corren alegres por los jardines de su casa.  Su padre, también se llama Federico, con la pipa en ristre, no para de pintar. Josefina, la hermana del ingeniero, sigue con sus achaques.

A comienzos de 1920, ya está la familia Jiménez-González en Monzón. Todavía no ha terminado Federico sus papeles para el reingreso, pero ya están establecidos en la ciudad. Han alquilado una vivienda en la misma casa donde naciera el ilustre polígrafo Joaquín Costa. A pocos metros de esta, en la iglesia de Santa María, el cura párroco Cosme Pueo, bautiza a su cuarto hijo. Le han puesto por nombre María del Pilar y de la Cruz y recibe las primeras aguas de su vida  el día ocho de mayo. Pilar nace –según le dicen al párroco- el día tres, a las cuatro y cuarenta y cinco de la madrugada. Sus hermanos, José  -que ya cuenta catorce años- y Carmen –de once-, hacen de padrinos. Lolita, la más pequeña -con nueve- corretea juguetona alrededor de los asistentes.

No dura mucho la estancia de la familia en Monzón y en 1921 Federico es destinado a Huesca. Allí debe desempeñar el cargo de Ingeniero Director del Pantano de Santa María de Belsué, que está a pocos kilómetros de la capital. Una vez tomada posesión del cargo, la familia Jiménez se instala en el edificio de Obras Públicas, en el céntrico Coso oscense. Es un gran piso distribuido en numerosas alcobas y en su largo pasillo Pilar da sus primeros pasos de la mano de Venancia.

La familia Jiménez-González y la familia Félix-Torres en Seira sobre el año 1922.  De pie: Ramón Félix Surigué, Federico Jiménez del Yerro, sentados, de izq. a der.: Florentina Torres Fumás, Carmen González Fernández, José Jiménez González, en el suelo, Carmen Jiménez González, Pilar Jiménez González, Lolita Jiménez Fernández, María Félix Torres?, Ramón Félix Torres ?. Colección familia Jiménez-Mateos.

La infancia de Pilar está siendo complicada, siempre está enferma. Pero mejor que nos lo cuente ella:


Como yo de pequeña no iba casi nunca al colegio, que era de monjas y estaba al lado de casa, por las mañanas me llevaba Venancia al mercado con ella y los domingos, que en el Olimpia ponían alguna película que yo no podía ver, después de comer Venancia y yo, cuando hacía buen tiempo, nos íbamos a pasar la tarde al convento de la Miguelas que estaba por la carretera de Barbastro


Una vez allí, mientras ella jugaba a las cartas con la hermana portera, yo me entretenía en la huerta, que era enorme, con un perro que tenían muy grande -blanco- que se llevaba estupendamente conmigo. A la vuelta a casa, ya anochecido, si el tiempo había refrescado, Venancia me cogía en brazos y me arropaba con su mantón.

De vez en cuando aprovechan algún viaje de Federico para pasar el día en la tranquilidad del Pantano de Belsué. Su hijo José, que ya pinta bigote, lleva a sus hermanas con una barca por el pantano. A Pilar no le dejan montar con ellos y observa curiosa a su abuelo que no para de pintar en las paredes de los gallineros. Las gallinas y otros animales del corral posan sorprendidos. Unos trabajadores de la obra le traen cartones para que pinte en ellos dibujos. Rápidamente, ante su perplejidad, aparecen reconocibles figuras en ellos.

Me crié como una cabra, veía pasar las matas rodando por el aire junto [a] la casa del pantano –piensa Pilar-.

En verano, Federico tiene el derecho de conservación de la central, y suben a pasar varios meses al chalet de Seira. Pilar tiene la mejor habitación, sobre el comedor, con una gran cristalera frente a la carretera. Allí pasará, hasta cumplir los trece años, los veranos más felices de su vida. Doña Prima -la maestra de Seira- y su marido, pasan interminables veladas con la familia Jiménez en sus estancias veraniegas. 

José, Lolita, Carmen y Pilar Jiménez González.
         Colección familia Jiménez-Mateos
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Aquellas tertulias hasta que se hacía de noche eran encantadoras aunque yo casi siempre me dormía en brazos de mamá.

De nuevo en la capital, en sus crudos inviernos, Pilar se ponía enferma.  


Siempre invariablemente tenía una gripe con una larga convalecencia, así que sin radio ni tele lo único que tenía para entretenerme era leer y leer. Un año –tendría yo siete u ocho- estando con la gripe y mas aburrida que una mona,  recibí una caja muy grande y al ver lo que contenía me puse loca de contenta ¡cuentos y más cuentos! y una carta de ¡Doña Prima!. Ese año pase la gripe más feliz de mi vida.

Cuenta diez años Pilar cuando una mala caída lleva al hospital a su abuelo Federico. No resiste mucho tiempo y fallece a los 90 años. El pasillo donde tanto paseara con su bata y la pipa escondida en el bolsillo, pierde un habitante.

María Pilar Jiménez González en 1929. Ubicación desconocida. Colección familia Jiménez-Mateos.

Pilar es una niña y su inocencia contrasta con la alegría juvenil de Lolita y Carmen, que ya pasan de los veinte años y salen a pasear por Huesca junto a su hermano José y sus amigos. Pilarín Riazuelo –que tiene la edad de una de sus hermanas- algunos años viene a pasar las fiestas de San Lorenzo a su casa.

Carmen, su madre, de vez en cuando, les encarga que lleven a pasear a Pilar. Esta mira sorprendida como pasean cogidas de la mano de dos jóvenes. La vida discurre apaciblemente cuando un buen día su padre les comunica que ha conseguido una plaza en Madrid. Esta muy contento aunque sus hijos no lo están tanto. Lolita, Carmen y José, que ya han planteado su vida, deciden quedarse en Huesca. El resto de la familia parte rumbo a Madrid. Se instalan en la céntrica calle Fuencarral, a un paseo del Ministerio donde trabaja Federico. Pilar, que ya tiene dieciséis años, es ahora la que pasea cogida de la mano de un joven. Desde la ventana la mira Venancia  -con su saya negra- que sonríe contenta. Es la niña de sus ojos, la vio nacer, y como a sus hermanos, la ha criado y la ha querido como a una hija.
Un fatídico día de julio de 1936 la radio interrumpe sus programas para informar que se ha producido un golpe de estado contra el gobierno de la república. Este ha tenido un éxito irregular y Huesca ha quedado en la zona donde ha triunfado el alzamiento aunque Madrid ha sido fiel a la republica. Esa noche se oyen disparos lejanos. Las calles están desiertas y todos están en sus casas esperando noticias. A Federico le han recomendado que no vaya en un tiempo al Ministerio y que se cambie el sombrero por una boina. Las noticias son confusas y el joven que paseaba con Pilar –Emilio- está en paradero desconocido. La familia Jiménez intenta ponerse en contacto con sus hijos en Huesca, pero los teléfonos no funcionan.

Venancia, como todos los días, baja al mercado, pero algunos productos básicos ya escasean. Al volver mira asustada como pasan un camión con jóvenes armados. A Pilar, que no sale de casa, los días se le hacen muy largos sin noticias de Emilio.

Con todo el calor de agosto una noche suena la sirena y todos se despiertan asustados. Bajan corriendo hacia el refugio cercano unicamente con lo puesto. Allí se reúne la familia Jiménez, Venancia y algunos vecinos. Todos están en silencio en la oscuridad del cuarto. El reloj arrastra sus agujas sin casi moverse. Pilar cierra los ojos abrazada a sus padres y de pronto un gran estruendo la despierta sobresaltada. El llanto de unos niños rompe el silencio y un nuevo estruendo vuelve a repetirse. Todo el mundo espera intranquilo el nuevo impacto.

En mayo de 1938, el día 3, las sirenas suenan nuevamente. Pilar cumple hoy dieciocho años y está mucho más delgada que hace dos veranos. Venancia cambia sus cupones en el estraperlo por chocolate para intentar animarla. Siguen sin tener noticias sobre Emilio y todavía no han podido comunicarse con Huesca, aunque allí siguen la vida ajenos a todos los sufrimientos de Madrid.

Emilio, al final, tras un tiempo en la División Azul, aparece sano y salvo. Se casa con Pilar en 1945 y tienen dos hijos y una hija.


La vida ha pasado muy rápida. En mayo cumplirá Pilar noventa y cuatro años. En Madrid, en su piso de la calle del Acuerdo, tras el largo pasillo de entrada, está sentada en su sillón. Ha abierto los ojos tras una cabezada.  Nuska, su perrita, la ha despertado con sus ladridos. Todo ha sido un sueño. Se toca los ojos y su mano se empapa con sus lágrimas. En su mirada todavía perdura la imagen de Venancia.

Querida Venancia ¿estarás en el cielo con tu cesta de la compra al brazo y tu mantoncito negro?

 
Dulcemente, sin poder evitarlo, vuelve a cerrar los ojos. Venancia, vestida de negro, aparece delante de la verja del jardín de su casa de Seira, como tantas noches, a buscarla. En el Centro proyectan una película de Charlot y su padre le ha prometido que le comprará una gaseosa de pito.

Como entre nubes aparece Federico, el abuelo pintor, que está junto a un lienzo con su paleta, la mira y, sonriendo, la invita a acompañarlo. Alrededor de su caballete corren gallinas y conejos. Su hermano José, aquel que fue alumno del pintor Carlos de Haes, está junto a él, cubierto con su gorra. Federico y Carmen, sus padres, también están allí. Un poco más abajo, en un jardín cubierto de flores, está José con Lolita y Carmen que la llaman.

Al final, ese sueño, que no es tal, termina. Su mirada es serena. Está feliz por una vida plena y una sonrisa la acompaña en la despedida de los suyos en su último viaje.

[Dedicado a Pilar Jiménez González (Monzón, 3-5-1920-Madrid, 11-1-2014), allá donde esté. Su inteligencia y fino humor estarán siempre unidos a sus historias, plagadas de recuerdos y emociones. Tu memoria estará siempre con nosotros.]

 
Por José Antonio Cubero Guardiola




Este artículo se publicó en el número 13 de la revista "Els tres llugaróns", Abi, Seira y Barbaruens, editada por las asociaciones culturales de dichos pueblos en el verano de 2014. Esta revista apareció, por razones varias, en otoño de dicho año.