La revista Madrid Científico publicaba en su número 749, correspondiente al día 25 de agosto de 1912, un artículo titulado “Por el Pirineo”. Este relata la conversación entre tres ingenieros de caminos; uno adscrito al servicio de las Carreteras pirenaicas, probablemente Manuel Diz, otro al Canal de Castilla y el tercero el director de la revista, Francisco Granadino, sobre la organización de una hipotética visita al Pirineo oscense. A renglón seguido, cual diario, se da noticia de los distintos avatares ocurridos en el viaje, las emociones vividas por los participantes y un buen número de fotografías de los numerosos rincones que se han recorrido en el mismo. Destacan, por el gran número de instantáneas, las dedicadas al congosto de Ventamillo, que ellos denominan “de Benasque”.
El pasado mes de agosto se cumplieron 111 años desde la publicación de aquel diario y aprovechando la relación de los autores con su “compañero Mayoral” (Diego Mayoral Estrimiana, responsable de las obras de Catalana de Gas y Electricidad) y también de la importante obra que se está llevando a cabo en la carretera de Seira, es un interesante texto para conocer los cambios que se han obrado en el valle del Ésera en estos últimos 111 años.
“-Decía usté que a las siete de la tarde tomaríamos el correo de Zaragoza…
-Sí, señor; y a las seis de la mañana estaríamos en la capital de Aragón; cambiaríamos de tren, y a las doce del día llegaríamos a Barbastro. En Barbastro almorzaríamos, descansaríamos un par de horas, y a las tres o tres y media de la tarde tomaríamos el automóvil.
-¿Qué auto?
-El de nuestro compañero Mayoral, que actualmente dirige el estudio de dos importantes saltos de agua en el Ésera, y que nos lo cedería un par de días.
-Muy bien; adelante…
-Decía que tomaríamos en Barbastro el auto a las tres o cuatro de la tarde, cruzaríamos en una hora u hora y media el hermoso valle del Cinca; entraríamos en la cuenca del Ésera y llegaríamos a Graus, daríamos un vistazo a tan interesante población, y a la caída de la tarde recalaríamos en Ventamillo.
-¿Qué pueblo es ese?
-No es pueblo; es un caserón edificado en las estribaciones del Pirineo, a la entrada del congosto de Benasque, donde solemos pernoctar los ingenieros cuando vamos a visitar las obras de las carreteras pirenaicas.
-¿Y hasta allá llegaremos en auto?
-Hasta allá y más allá, pues que llegaremos hasta el mismo Benasque…”
Madrid Científico, número 749, 25 de agosto de 1912.
A finales del año 1911 se terminó el último escollo, el puente de El Run, que faltaba para poder acceder hasta Benasque en automóvil. Quedaba comunicado el valle con el resto de la provincia, con todas las consecuencias que eso conllevaba.
“El automóvil deja atrás a Graus, y sin perder nunca la orilla del Ésera, nos deposita en Ventamillo, próximamente a mitad del camino entre Graus y Benasque. Allí empieza ya el paisaje propiamente pirenaico. En las cumbres de las sierras que nos rodean y en las vertientes del tercio superior de las montañas, se ven grandes manchas de nieve. El terreno se hace cada vez más bravío y salvaje. Los hombres no lo son menos. Sabemos en Ventamillo que días antes un desventurado destajista de aquellas carreteras, tras una liquidación ruinosa, se ha colocado dos cartuchos de dinamita, uno en la boca y otro en la faja, y así ha liquidado su vida.
En Ventamillo cenamos y dormimos. Al día siguiente reanudamos la excursión.”
Destacar la sensibilidad y respeto por el medio ambiente que comienza a impregnar la visión de los ingenieros.
“Describir punto por punto todas las hermosuras vistas y admiradas en tan agradable excursión requeriría un tiempo, un espacio y unos conocimientos alpinos que carecemos, y de ahí que nos hayamos de limitar a evocar y documentar algunos de los recuerdos que más presentes han quedado en nuestro espíritu, prefiriendo, naturalmente aquellos que se refieren a parajes poco conocidos -pudiéramos decir que casi inéditos para la mayoría de las gentes- por hallarse enclavados en regiones a medio explorar hasta ahora que se han abierto a la circulación determinadas carreteras. Algo hemos de decir acerca de la conservación por cuenta del estado de estos parajes a que ya en el extranjero se les designa con el nombre de “monumentos naturales”, y que en todos los países cultos comienzan a fijar la atención del los Gobiernos, tanto al menos como los monumentos históricos”.
Uno de los viajeros, especialmente implicado en la gestión de las carreteras, hace hincapié en su magnífico estado y el esmerado mantenimiento.
Madrid Científico, número 749, 25 de agosto de 1912.
“La primera observación que hace el turista…es que la carretera se halla perfectamente conservada. En el reparto del presupuesto de conservación, la provincia de Huesca no ha sido seguramente de las cenicientas, y si al difunto Camo deben aquellas gentes tal merced, cada pueblo debiera elevar una estatua a dicho cacique…”
El paso del congosto “de Benasque” es objeto de múltiples comentarios de su belleza y de las ingentes dificultades que tuvieron que vencerse para la instalación de la carretera.
“Vamos internándonos en el Pirineo. Llegamos a la entrada del llamado congosto de Benasque. A medida que avanzamos, la cañada se estrecha sensiblemente hasta convertirse en cañón y las paredes de la tenebrosa falla se elevan a pico hasta perderse allá arriba, en las profundidades del cielo.
Al comienzo de la angostura la habilidad de los ingenieros, aprovechando todos los accidentes de la grieta, han ido plegando audazmente la sinuosa cinta de la carretera a la raíz del murallón, a la cenefa de los tajos, a los retallos del abismo, llegando en ocasiones a invadir con atrevidos muros de sostenimiento el cauce del torrente; más se llega a un punto en que no hay habilidades ni audacias que valgan; el trazado queda acorralado, inmovilizado, embotellado, sin salida posible; hay que apelar al supremo recurso de embestir en túnel el ingente acantilado.
Cuantos poseen elementales nociones de ingeniería se preguntan intrigados cómo se pudo estudiar y replantear este túnel, pues a menos de robarle las alas a las águilas, la cosa no tiene explicación posible. Efectivamente, no se hizo estudio previo del túnel, porque todos los intentos de exploración se estrellaron ante la imposibilidad de tantear con los aparatos topográficos aquellos abismos insondables y aquella crestería inaccesible.
¿Qué solución quedaba? Tomar como orientación aproximada la dirección general del barranco y atacar el acantilado con la galería de avance, a salir donde Dios quisiera. Hubo suerte y se salió del paso sin grandes sacrificios ni dificultades. Como prueba de lo abrupto del terreno, invocaremos el dato de que los cinco o seis kilómetros de carretera que salvan el congosto de Benasque han costado millón y pico de pesetas -a 200.000 pesetas aproximadamente el kilómetro- y aún así y todo, el negocio ha resultado ruinoso para el contratista.
Pasado el temible cañón, y sin abandonar el camino el curso del Ésera, el terreno, por fin, se abre y se despeja, y al abrirse y despejarse, se suceden en prodigiosa cinta panorámica una porción de valles, vegas, prados y vergeles, tan soberanamente bellos, que parece cuentos de hadas, y tan soberanamente lindos, cual los que pudieran existir en el propio paraíso terrenal”.
Madrid Científico, número 749, 25 de agosto de 1912.
Ya han pasado 111 años de aquella visita y afortunadamente todavía emociona al visitante recorrer los farallones del Congosto. El corazón se encoje emocionado ante tanta belleza y las paredes vertiginosas, al pasar a sus pies, nos recuerdan, sin mediar palabra, lo pequeños y frágiles que somos.
Este artículo se publicó en el número 32 de la revista "Els Tres Llugarons", Abi, Seira y Barbaruens, editada por las asociaciones culturales de dichos pueblos en el invierno de 2023.