“La ley inexorable de la necesidad obliga al hombre a arrancar a la naturaleza, con incesante esfuerzo, casi todo lo que ha menester para subsistir.”
El trabajo es parte indispensable de cualquier actividad humana, primero, al desarrollarlo para la propia subsistencia y, más tarde, cuando le surge la necesidad al obrero, por su propia idea o inducida por elementos externos, de ampliar su patrimonio o necesidades, con el dinero obtenido al trabajar por cuenta ajena.
Cuando el obrero inicia su relación laboral con el patrono se les supone a uno y a otro “la buena fe”. Desde el medievo, en las ordenaciones que regían las ciudades, pasando por los fueros, hasta las leyes modernas, todas estas relaciones estaban regladas. La existencia de reglas no suponía que las condiciones de trabajo fueran dignas ni razonables. Los cambios en la sociedad y las formas de trabajo, que trajo la revolución industrial en el siglo XIX, fueron el comienzo de la humanización las mismas.
Ya lo anticipa el geógrafo anarquista Élisée Reclus en sus escritos: “No habrá tranquilidad en el mundo, ni equilibrio instable en la sociedad, mientras los hombres, condenados en número infinito a la miseria, no tengan todos, después de la diaria tarea, un momento de descanso para regenerar el vigor y mantenerse así con la dignidad de seres libres y pensantes.”
En cualquier caso las leyes, a comienzo del siglo XX, no garantizan nada pues son demasiado permisivas y dejan en manos del contratador el control de la relación laboral. La palabra policía, en una acepción ahora en desuso, describe a la perfección como debe ser esta: “cortesía, buena crianza y urbanidad en el trato y costumbres”. Los manuales de policía industrial editados a comienzos del siglo XX recopilan las condiciones que se deben cumplir en la regulación de las condiciones laborales, el control de huelgas y accidentes y todo lo relacionado con los establecimientos industriales para “impedir los posibles abusos de los individuos en esa orbita de la labor humana”.
Aún suponiendo un férreo cumplimiento de las leyes, no cabe ninguna duda que los responsables de las obras públicas intentan pagar lo mínimo posible y las obras de La Catalana no son una excepción. Las importantes fluctuaciones en los flujos obreros, por la demanda de trabajadores, provoca que las empresas tengan que adaptar, muy a su pesar, los sueldos y las condiciones laborales a las existentes en otras obras coetáneas para evitar el trasvase de personal entre ellas.
Las reivindiciones, aún así, están a la orden del día y las obras de Seira son un buen ejemplo de ello. El 14 de mayo de 1914 se convoca una huelga que secundan 300 obreros –según los periódicos- y 150 –según la empresa-. Piden “la destitución de todo el personal de encargados y jefes inmediatos y la disminución de horas de trabajo”. En previsión de conflictos se concentran 50 guardia civiles en la zona por orden del Gobernador Civil –y recomendación de la empresa-. Se inicia un tira y afloja y los huelguistas hacen parar a los 580 trabajadores que no secundan la huelga y realizan varios actos de sabotaje para presionar a la empresa. La intervención de la Guardia Civil impide que estos causen daños importantes en instalaciones y materiales. El día 18 se reanudan los trabajos sin que las pretensiones de los obreros sean atendidas. “Los promotores de la huelga son despedidos”.
No conocemos los motivos que llevan a esta huelga y si las razones tienen justificación, pero nos sorprende que no haya ninguna contraprestación ni modificación de las condiciones laborales. Un antecedente de esta huelga, la de Capdella de junio de 1913, sirvió para mejorar sensiblemente las condiciones de trabajo –que eran absolutamente lamentables- y tuvo una duración similar, aunque, eso sí, tuvo un seguimiento muy importante y entre los promotores había personas de varias nacionalidades. Quizás el origen rural de muchos de los trabajadores de La Catalana y su poca experiencia laboral sea una de las razones del poco éxito de la misma. En cualquier caso es en las grandes ciudades donde está el caldo de cultivo de huelgas y movilizaciones y sus resultados llegan, gracias a los periódicos y la itinerancia de muchos trabajadores, a todos los lugares promoviendo las reivindicaciones como la relatada.
Una de las informaciones que nos permitirían conocer la idiosincrasia y los orígenes de las personas que participaron en esta obra sería el registro de personal pero infortunadamente no disponemos de esta información y la única fuente son los datos que podemos obtener en los periódicos o publicaciones por accidentes e informaciones. Gracias a estos pequeños retazos podemos intentar recomponer las relaciones que existen entre los obreros y los patronos y los problemas de convivencia entre ellos y la sociedad local, dejando a un lado la información sobre los accidentes laborales que no es el objeto de este artículo.
Un buen ejemplo de las situaciones laborales que se viven en aquellas fechas lo conocemos gracias al relato del accidente de un joven, del que se desconoce el nombre, que fallece en el montaje de la línea de alta tensión –a la altura de Puente de Montaña-. En dicho accidente “la víctima no pudo ser identificada por llevar muy pocos días en las obras, representa unos veinticinco años y por un documento que le fue encontrado supónese es natural de Villas de Don Diego (Zamora)”.
Esta lamentable situación nos ilustra sobre las condiciones de contratación, provocadas, en gran manera, por la falta de documentos que permitan la identificación de las personas de manera efectiva. Esta situación faculta a cualquier persona a ponerse el nombre, apellidos y origen que él decida, ocultando su identidad real. Esta circunstancia y la cercanía del camino de Francia, permite el “refugio temporal de emigrantes y aventureros, y también probablemente de prófugos y malhechores con nombres supuestos.”
No es extraño, por tanto, leer en las noticias de los periódicos de la época discusiones que acaban a tiros y con alguno de los participantes rumbo a Francia.
Todos estos problemas tienen su origen en la costumbre de la época de llevar armas de fuego. El primer incidente con las mismas, relacionado con personal de las obras, ocurre en 1913, cuando Ramón, de 30 años, natural de Liri, fallece de manera accidental al examinar con “un compañero suyo una pistola brow[n]ing [que] se le disparó, entrando el proyectil por la tetilla izquierda y ocasionándole la muerte instantánea". Las indagaciones, según la noticia, apuntan a un suceso fortuito, o un suicidio, pero unos días después se detiene al capataz Laureano como autor de dicho asesinato.
Un accidente similar le ocurre a Manuel, un joven carretero natural de Salillas, “que presta sus servicios en la Catalana de Gas”, junto al Mesón de “Anselmo” cerca de Campo, al colocarse “la faja [tuvo la desgracia] que se le cayera la pistola brow[n]ing que llevaba. Al dispararse el arma el proyectil le produjo una herida calificada de pronostico reservado en la pantorrilla izquierda”.
No son estos los únicos incidentes con las armas de fuego pues en el año 1918 a José, un “obrero de la Catalana”, de veintiún años, “se le disparó el revólver que llevaba en el bolsillo, resultando herido en el costado.”
A tenor de estas noticias no resulta sorprendente que en una discusión en una tienda de Castejón de Sos uno de los participantes de la misma “sacó una pistola con la que les apuntó” y en el forcejeo por desarmarlo se disparara la misma causando lesiones a uno de ellos. En el juicio “El fiscal calificó los hechos como constitutivos de un delito de lesiones graves por imprudencia temeraria”, y dejando la tenencia de armas sin licencia simplemente como “una falta incidental”.
Una fuente de interés que nos aportan estos artículos es la procedencia de los trabajadores y su actividad. La información más extensa la encontramos en los relatos del accidente del viernes 26 de mayo de 1916, el más grave en todas las obras de La Catalana. Este fatídico día la rotura de una viga de un andamio provoca la caída de todas las personas que están encima. El número de accidentadas y fallecidas se eleva en total a 17. La mayoría de ellos proceden de la provincia de Huesca a excepción de uno, que es de Zaragoza. Cinco son ribagorzanos (dos de Camporrells, uno de Calvera, uno de Benabarre y uno de Caserras), sietes son sobrarbenses (tres de Palo, uno de Toledo [de Lanata], uno de Rañiu, uno de Murillo de Monclús y uno de Arcusa), y el resto proceden de poblaciones del resto de la provincia encontrando uno de Albelda, uno de Tamarite y uno de Bespén.
En otros accidentes encontramos datos sobre procedencias más lejanas, como Guadalajara y Castellón. También está documentada, de manera oral en conversaciones con Pilar Jiménez, la presencia de trabajadores de Murcia, que bien pueden haber sido los activistas que han provocado la huelga de 1914, pues son bastante problemáticos, según los comentarios que recuerdaa de su padre, D. Federico Jiménez. En cualquier caso si tenemos en cuenta el número de estos trabajadores de otras provincias suponen una minoría en relación con los que provienen de las cercanas comarcas.
Otro aspecto de la “conducta obrera” que aparece de manera señalada entre las noticias de las obras son los robos. Para alojar a los trabajadores la Compañía había habilitado unos barracones, pero algunos trabajadores se alojan en casas particulares en pueblos cercanos a las obras. Pero no todos los hospedados son honrados y José Campo Pallaruelo, un vecino de El Run, que tiene cinco obreros en su casa, denuncia “que le han robado veinticinco pesetas que tenía en un baúl en su casa y un cinto o correa”. Ese mismo día uno de los hospedados, de nombre Castor, de Quintanar de la Sierra (Burgos), es detenido por la Guardia Civil con dicho cinto y diez pesetas.
No llaman la atención estos hechos si pensamos en la forma que tienen en Madrid para librarse de las personas molestas y buscarles trabajo, que es, tal como nos cuenta un periódico de la época, enviar “una expedición de golfos, recogidos en las calles, con la pretensión de que trabajen en las obras de Riegos del Altoaragón. Esta nueva expedición es de 36, y muchos de ellos ancianos e imposibilitados. Algunos de los golfos regresaron a Madrid el mismo día, y los útiles para el trabajo, en vista de los escasos jornales que se pagan en las obras de riegos, han marchado a El Run, donde les pagan más elevados jornales en las obras de la Compañía Catalana de Gas. El pueblo censura la falta de criterio que supone el envío de gentes inútiles para el trabajo”.
No es el objeto de este artículo el criminalizar la actuación de los obreros de la época sino señalar las actitudes reprobables que tiene lugar en las mismas. Para terminar, el suceso más llamativo de los “accidentes” que tienen lugar en las obras nos describe los daños que sufre Juan, un obrero de Lérida, de veinticinco años, que “estando este trabajador en sus funciones junto a una máquina de aquellas obras, colocó el brazo entre los dientes del engranaje, para señalar a un compañero suyo el sitio donde estaba una carta [sic] con 1.200 pesetas, que se le había caído. Este fue alcanzado por la máquina con tanta desgracia, que resultó con extenso magullamiento en la parte superior del brazo derecho. Fue trasladado al Hospital. Las pesquisas realizadas para encontrar la cartera que se extravió, resultaron inútiles. Como presunto autor de la sustracción ha sido detenido un “compañero” del herido”.
Como contrapunto de este artículo y explicación, decir que el título de este artículo se ha tomado de un apartado del estudio “Servicios de carácter social en las obras públicas” que realizó el ingeniero de caminos y director de las obras del Pantano de la Peña, Severino Bello Poëyusan. En este excepcional trabajo se describe la conducta de los trabajadores que participan en las mismas, entre otros interesantes asuntos. En los once años que duran las obras que dirige “sólo” cuatro hechos punibles tienen lugar y únicamente en uno de ellos tienen que participar las autoridades. La mayoría de los problemas se solucionan internamente con el despido de los implicados. Una característica que describe el ambiente “verdaderamente ejemplar” de dichas obras, es que una de las soluciones para los conflictos consiste en “descuentos voluntarios” a favor de la cooperativa obrera o el recargo con servicios temporales extraordinarios para castigar las infracciones. Otra circunstancia que nos habla del carácter especial de la dirección de estas obras es la amonestación que se hace a dos mulateros “por golpear a las bestias y vociferar”.
Por José Antonio Cubero Guardiola
Este
artículo se publicó en el número 14 de
la revista "Els tres llugaróns", Abi, Seira y Barbaruens, editada por
las asociaciones culturales de dichos pueblos en el invierno de 2014
No hay comentarios:
Publicar un comentario