Federico Jiménez Fernández en 1907, Colección Familia Jiménez.
El Ateneo Científico, Literario y Artístico de Madrid abrió sus puertas en 1835 “imbuído del más puro espíritu romántico-liberal”. En 1903 una importante selección de los intelectuales de la época aparecían como socios, entre los que se encontraba el político Segismundo Moret, presidente del mismo y del Gobierno de España en el periodo 1905-1906. En la lista de socios, que podemos consultar en la web del Ateneo, aparece un apartado de "socios de Mérito" y allí, entre multitud de personajes conocidos, encontramos pintores de renombre como Sorolla y Madrazo. Pero es el socio número 3.480, "Jiménez (D. Federico), Pintor, Atocha, 64", la persona de nuestro interés.
Don Federico Jiménez Fernández nació en Madrid el año 1841 y se formó en la Escuela Especial de Pintura, Escultura y Grabado de San Fernando. Viajó a Paris, como otros pintores de la época, a conocer la vanguardia de aquellas fechas y ampliar su formación. Su trayectoria pictórica está principalmente dedicada a los bodegones y en especial a la pintura de animales domésticos y aves de corral. “Compró en el mercado unas gallinas y los pescados que necesitaba, los utilizó como modelos y después los llevó a la cocina para comer el día de Año Nuevo”, cuenta su nieta Pilar ante una de sus obras.
Sus cuadros de naturaleza fueron reconocidos en la época y ya en 1862 "el Estado pagó 2.000 reales" por una de sus pinturas. En 1865 la revista de arte "El Museo Universal" nos cuenta otro éxito al conseguir la medalla de tercera clase en la categoría "pintura de género". Participó en varias Exposiciones Nacionales de Bellas Artes obteniendo medallas y condecoraciones. Las exposiciones Internacionales de Bayona y Viena le supusieron nuevos premios. "En Paris obtuvo una medalla de oro" –relata orgullosa su nieta Pilar-.
Su visión de los bodegones le llevo a pintar una particular versión del "Juicio de Paris". En esta "divertida parodia" vemos a Paris y las tres bellas diosas sustituidas por un gallo y tres gallinas. (Esta obra del Museo del Prado -la podemos ver su diccionario on-line de pintores- está en depósito en el Museo Municipal de Játiva).
También tuvo interesantes incursiones en otros estilos y en el Ateneo de Madrid, en la galería de retratos, tenemos el de Don Agustín Arguelles “el divino”, ministro de Isabel II, obra que se le atribuye y ha sido recientemente restaurado. Allí, en la “Cacharrería”, podemos ver un cuadro en gran formato, de 1886, “Pájaros en la rama de un árbol” y, en otra sala, “Pavo real en una tapia” de 1880.
José Jiménez Fernández retratado por su hermano Federico, Colección familia Jiménez.
José Jiménez Fernández, Paisajista.
Federico no era el único artista de la familia, su hermano pequeño José también era pintor. Coincidieron en su formación en la Escuela de San Fernando pero José se decidió por la pintura de paisajes. Allí, un pintor hispano-belga, Carlos de Haes, estaba cambiando con sus cuadros la visión del paisajismo español y de sus discípulos, entre ellos José. De su escuela salieron importantes paisajistas como Dario de Regoyos y Aureliano de Berruete.
José es un alumno aventajado de Carlos de Haes y los tres años junto al maestro lo han convertido en un fiel seguidor de su técnica y un reputado pintor. Tras la Exposición Nacional de 1864, recibe una mención honorífica especial y un cuadro suyo pasa a formar parte de la colección del Museo del Prado. Un día sale a tomar los bocetos que, siguiendo la técnica de su maestro, deben coger en la naturaleza, parte rumbo a la sierra –cuenta 27 años- pero una pulmonía trunca su brillante futuro.
Federico se casó y tuvo con Josefa -su mujer- dos hijos; Josefina y, el 4 de Octubre de 1872, Federico. Vivían en la madrileña calle de Malasaña en el distrito de la Universidad. La pintura le permitió una vida acomodada y "alternaba la pintura de cuadros con encargos para decorar palacetes" -recuerda Pilar-.
Su hijo, Federico Francisco Isidro Alejandro Giménez y del Yerro, según el registro civil, se matriculó en la Escuela de Ingenieros de Caminos y gracias a los ingresos de su padre pudo acabar la carrera.
La familia Jiménez parte rumbo a Palencia. Todos juntos recorrerán cada uno de los destinos del joven ingeniero. El pintor ya cuenta sesenta años, los pinceles y el caballete son un entretenimiento para él.
En León, en alguno de sus largos paseos, su hijo Federico conoce a Carmen. Ella está huérfana y aunque nació en El Carpio -en la lejana Córdoba- un tío suyo la acoge. Se casan en la Catedral de León –un día a las siete de la mañana- y tienen tres hijos; José, María del Carmen y María de los Dolores. Para ayudar en las labores de la casa contratan a Venancia, una joven que les acompañará durante toda su vida.
Comenzaba el siglo, y en 1906, tras largos años de despropósitos, se terminó la obra del Canal de Aragón y Cataluña. En 1912 estaba a punto de llenarse el pantano de la Peña y, a su vez, era el comienzo de la aventura hidroeléctrica en Seira. Catalana de Gas y Electricidad, concesionaria del salto, se puso en contacto con su hijo y el 13 de agosto de 1912, tal como consta en su expediente personal, solicita el pase a supernumerario para "dedicarse a sus asuntos particulares".
“La Catalana”, como familiarmente se conocía a Catalana de Gas, construyó en el río Ésera la central Hidroeléctrica de Seira. “Don Federico”, tal como lo recuerdan en Seira, fue el ingeniero-jefe coordinando una obra que se desarrolló desde 1912 hasta su inauguración el 6 de agosto de 1918.
La familia Jiménez vuelve a trasladarse y Josefina, cuya salud es aparentemente más débil “aunque los enterró a todos” –comenta Pilar-, obliga a demorar el cambio de domicilio. Primero residen en Barbastro, para trasladarse en 1913 a Graus y, tras una breve estancia, fijar durante varios años su residencia en Seira. Allí, en las fotos de familia, lo podemos ver, con su abigarrada figura, luciendo el espeso bigote, en la comunión de su nieta. No se conocen cuadros de aquella época, seguía pintando por placer.
Las obras de Seira se acaban y tras una breve estancia en Monzón, donde nació Pilar -su nieta más joven-, la familia Jiménez fijó su residencia en el número 61 del Coso oscense. El nuevo puesto de su hijo en la recién formada Confederación Sindical Hidrográfica le obliga a recorrer las obras de los pantanos de Belsué y Cienfuens. Allí en la casa del director de las obras, en el gallinero, tenía vía libre para utilizar todas aquellas modelos y sólo con un carboncillo, en las paredes, pintaba bocetos del natural. “Venían los obreros del pantano a que les pintara en cartones y papeles algún dibujo”, recuerda Pilar.
Según su nieta pintó una particular versión de la campana de Huesca, sustituyendo los nobles por animales, pero no he podido encontrar ninguna información sobre su existencia.
En Huesca, con su gorro, su bata y su pipa escondida en el bolsillo –no le dejaban fumar-, por los largos pasillos de aquella vivienda, pasó los últimos años de su vida. Tras una mala caída falleció a los 90 años de edad el 31 de marzo de 1931.
En la Hemeroteca del Diario del Altoaragón, recientemente puesta en servicio, podemos consultar el Diario de Huesca de aquel lejano uno de abril de 1931, y allí nos informan que D. Federico ha iniciado su último viaje. Su esquela nos recuerda que era Comendador de la Real y Distinguida Orden de Carlos III, distintivo que desde 1771 premia los servicios prestados a la patria. En ese mismo periódico un artículo nos habla de su vida –el autor de la misma lo conoció en Seira- y glosa su personalidad como artista: “no experimentaba más goce que el de la Naturaleza y el de sus producciones pictóricas, acertadas y notables, y por ellas vivía apartado de toda relación social”.
BIBLIOGRAFIA:
Carlos Reyero, El valor del precio. Tasación y compraventa en el Madrid Isabelino (1850-1868), Universidad Autónoma de Madrid.
Triadó, Joan-Ramón y Triadó, Xavier, El paisaje de Giotto a Antonio López, Arte Carroggio, Barcelona 2007.
WEBGRAFIA:
Ateneo de Madrid.
Museo del Prado. Enciclopedia on-line.
Biblioteca virtual Cervantes, El Museo Universal.
Este artículo se publicó en el Diario del AltoAragón el domingo 9 de diciembre de 2011.
Me gustaría dedicarle este artículo a la nieta de Don Federico, Pilarín, que conserva su ilusión por la vida y su fino, e inteligente, sentido del humor.
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