viernes, 15 de julio de 2016

Notas sobre la historia de la central de Seira (16): 1916, un año de luces y sombras



   El tiempo pasa inexorablemente. Este año se cumple el quinto aniversario de la muerte de Joaquín Costa. Los ribagorzanos tienen muy presente todavía la figura de Costa y las páginas de El Ribagorzano glosan, cada año, desde aquel fatídico ocho de febrero, las palabras de su paisano. Todavía nadie ha valorado en su justa medida -ni probablemente lo hará durante muchos años- la importancia de su pensamiento y sus ideas. El análisis que realizó de la lamentable situación económica y  organizativa de su amado país, fuera de todo desapasionamiento, es la obra de un verdadero y honrado estadista.

   Los agricultores ribagorzanos, objeto de sus desvelos durante años, siguen emigrando para intentar mantener sus familias, abandonando casas y tierras, en busca de un futuro mejor. La gran guerra sigue derramando la sangre de  inocentes que dan sus vidas defendiendo el honor de sus países e ideales que ni ellos mismos acaban de tener claros.  Con este panorama comienza el año 1916.

   En Seira, las obras con los altibajos que las vienen caracterizando, siguen adelante; la Catalana ha terminado la construcción de un nuevo albergue para trabajadores. Tiene una capacidad de 250 personas y, junto al existente, amplía hasta 400 las plazas para acoger a los nuevos obreros que lleguen durante los meses venideros. Durante el invierno no ha bajado mucho la población trabajadora y se le ha dado un fuerte impulso a la construcción de la sala de máquinas que ya destaca con sus gruesos muros de piedra entre los edificios contiguos. Del interior de la misma sobresalen las grúas Derrick que permiten subir los pesados bloques hasta los andamios.

   Pero, según la Compañía, no es suficiente el empuje obtenido y se buscan nuevos trabajadores. Los periódicos pregonan la oferta de trabajo y los ojeadores buscan obreros y personal más especializado como mineros y carpinteros. Estos, por las interesantes condiciones, viajan hasta Seira, por los polvorientos caminos, dejando atrás sus anteriores trabajos, en un incesante trasiego de idas y venidas entre las obras que las diferentes hidroeléctricas  -competencia de la Catalana- tienen abiertas en la cercana Cataluña. A comienzo de año ya se superan los mil trabajadores, marcando un nuevo hito, pues nunca se había alcanzado esta singular cantidad. La acumulación de tal número de personas comienza a provocar problemas que antes no se habían presentado, unos se pueden solucionar con la colaboración –y beneficio- de los habitantes locales que hospedan en sus casas a obreros. Otras cuestiones, provocadas por la dudosa honradez de algunos de los nuevos trabajadores, tienen peor solución. Algunos de estos hospedados, abusando de la buena fe de los lugareños, les sustraen dinero y bienes, como en El Run, importante núcleo de trabajos, donde una familia, que tienen cinco trabajadores en casa, denuncia el robo de 25 pesetas que tenían en un baúl. La Guardia Civil detiene a un individuo de Quintanar de la Sierra, de la provincia de Burgos, como autor del robo. Este tipo de hechos aumenta y también lo hacen los accidentes, por una mera cuestión estadística.



El tejado de la central en el proceso de montaje

 Uno de estos lamentables hechos lo protagoniza un minero de Albelda llamado Manuel, que sufre un grave accidente mientras manipula unos cartuchos de dinamita. La despreocupación en la manipulación de la misma, provocada por la aparente estabilidad, y la confianza que provoca su uso habitual sin incidentes, le hace olvidar la composición de la misma y durante “el secado” tras una fría noche, baja la guardia y se produce un grave accidente. Manuel, haciendo caso omiso al sentido común, calienta, de manera totalmente artesana e inapropiada, un cartucho en una hoguera. Este rezuma la temida nitroglicerina por un calentamiento excesivo y al moverlo bruscamente se produce la explosión del mismo y el cebado de otros sesenta cartuchos que tenía a su lado. El infortunado “recibe de tan horrible manera los efectos de la explosión que su cuerpo es destrozado horrorosamente, encontrándose después a trozos”.

   Pero la mala suerte se ha cebado en las obras y este accidente es el preludio de otro más grave que tiene lugar la triste mañana del viernes 26 de mayo. A las siete y media de la mañana, justo a la hora de iniciar la jornada laboral, cede el grueso madero que aguantaba los dos lados de un andamio que se ha montado en el interior de la central para el montaje del falso techo. Su rotura provoca la caída de las dos cuadrillas que estaban encima. Obreros y materiales caen al suelo de manera violenta y sorpresiva desde una altura cercana a los quince metros.

   El accidente por su gravedad es denominado en los rotativos como “La catástrofe de Seira” al estar implicados un gran número de trabajadores. Cinco de estos fallecen en el acto y los infelices heridos, que “lanzaban gritos de angustia”, provocan una terrible confusión y desasosiego entre los que intentaban desenterrarlos del amasijo de maderas y cuerpos. Trece de estos heridos son trasladados en camillas al hospital de las obras donde les atienden los doctores Jesús Falés (sic), José María Ferrer y José María Pérez. Los más graves se trasladan a Monzón, aunque dos de ellos no conseguirán restablecerse de las heridas e incrementarán hasta los siete el número de fallecidos. Afortunadamente los restantes once heridos un mes más tarde ya están restablecidos, según la prensa local.


 



 Hemeroteca del Diario del Alto Aragón. http://hemeroteca.diariodelaltoaragon.es/

   Un detalle que llama la atención, teniendo en cuenta la diversa procedencia de los trabajadores, es que todas las víctimas del grave accidente son aragoneses: Manuel, de Zaragoza, Miguel de Calvera, José de Albelda y cuatro, cuyos nombres desconocemos, eran, de Palo, de Sasé y dos de un pueblo del cercano Sobrarbe que tampoco conocemos. Todos los heridos son también aragoneses y tienen en común con los fallecidos su juventud, pues su edad oscila entre los quince y los treinta años.

   A los pocos días del accidente, la población obrera, probablemente por la necesidad de recoger las cosechas en sus pueblos de origen, se reduce significativamente bajando de los mil trabajadores que tanto esfuerzo había costado alcanzar. En muchas obras era habitual permitir ausentarse a los obreros en las fechas estivales como forma de fidelizarlos. Pasadas las fechas de la siega el número trabajadores vuelve a subir sobrepasando los records anteriores y alcanzando el día 16 de noviembre las 1791 personas. El creciente número de jornales casi triplica los realizados el pasado año 1915 y supone un gasto por este concepto de 1.688.883 pesetas.



Archivo Histórico del Ministerio de Fomento, Madrid. Gentileza de  de Conchita Pintado.

   Esta excepcional cantidad de dinero está ligada al adelantado estado de la construcción de los edificios más importantes de la central y el gran número de trabajos simultaneos que se están desarrollando y esta actividad viene reflejada en el consumo diario de cemento que se eleva a las 30 toneladas. Esta importante cantidad está suministrada por un  único proveedor que incumple sus contratos, obligando a contratar con la fábrica de cementos Butsems un suministro alternativo de otras 50 toneladas diarias para poder atender correctamente la demanda de los trabajos.

   Pero los suministradores de cemento no son los únicos que rompen e incumplen sus compromisos. Escher Wyss, la empresa suiza que se había contratado para suministrar un tramo de la tubería forzada, anula el acuerdo de forma unilateral. Los cambiantes precios de la chapa de acero y las complicadas condiciones para el tránsito de la misma por el territorio alemán y francés han provocado esta desagradable situación para el correcto desarrollo de la construcción de la central.

   La dirección de las obras no ceja en el empeño de seguir adelante con el contrato de Escher Wyss y se suceden las gestiones en Madrid, Paris y Berlín. Al final de las mismas se obtienen los permisos y la chapa puede cruzar el territorio en guerra y llegar a los talleres de Escher Wyss en Zurich.

   Sorprende que un tren cargado de acero pueda atravesar varios paises que están invadidos por tropas extranjeras y bajo las amenazas de las bombas, pero la importancia de los contratos que genera la industria hidroeléctrica superan todas esas dificultades. Aunque Catalana de Gas y Electricidad no es la única empresa española que tiene problemas para obtener los permisos para dichos tránsitos, pues sus competidoras están en la misma situación, aunque algunas,  por su boyante situación económica, lo tienen más fácil.

   Es el caso de Riegos y Fuerzas del Ebro (RFE) que es la empresa hidroeléctrica que lidera, por su volumen y espectativas el mercado catalán y español en estos momentos. Opera a la manera “americana” y esta estrategia empresarial está obteniendo críticas desatadas en la prensa financiera española y, especialmente, de sus competidoras. Está desarrollando en las zonas en las que está implantada una actividad “desenfrenada” adquiriendo  empresas sin tener en cuenta el precio, con el objeto de controlar el mercado.  Sorprende a todos este modo de contratar, que se extiende a sus trabajadores y empleados que, lógicamente, están encantados.

   Estas actitudes de RFE para controlar el mercado hidroeléctrico tienen un lado menos honesto, pues –en palabras del Director de la obra, Diego Mayoral- : “algunos trámites legales de la línea [de transporte] están demorándose suscitados por nuestra competidora [RFE]”.

   Estas dificultades provocan que conseguir los permisos para la construcción de la línea, en el lado de la Catalana, sea una verdadera carrera, visitando a cada uno de los propietarios, ayuntamientos y todos aquellos afectados por la misma para pedirles su autorización para que la competencia, que está sembrando cizaña entre los propietarios, tenga el menor número de posibilidades de trastocarlo todo.

   Afortunadamente no todo son malas noticias en relación con la línea y una bajada de la cotización del precio del cobre en Estados Unidos permite adquirir 400 toneladas de dicho material. Estas permitirán cubrir la práctica totalidad de los 225 kilómetros que separan la Central de Seira de la Central Térmica de San Adrián, en Barcelona, destino final de la energía que se producirá con las aguas del río Esera.


Por José Antonio Cubero Guardiola

Este artículo se publicó en el número 17 de la revista "Els tres llugaróns", Abi, Seira y Barbaruens, editada por las asociaciones culturales de dichos pueblos en el verano de 2016.